Reportaje Fotográfico sobre Dubai, para Revista Cartel Urbano, Colombia

Texto Y Fotos: Lucia Baragli

“You are not lost, you are in Dubai”

Construcciones majestuosas, glamour, millones de petrodólares: esta crónica gráfica nos acerca a dos ciudades impactantes, Dubai y Abu Dabi, que también podrían estar entre las metrópolis con menos corazón sobre la faz de la Tierra.

FUTURAMA

Acabo de aterrizar en la terminal 3 del aeropuerto de Dubai. Llegar hasta aquí no es tarea menor. Si uno viene desde Suramérica, debe flotar 14.168 kilómetros y cambiar de avión un par de veces. La terminal 3, exclusiva de la aerolínea Emirates, es la más grande del mundo aeroportuario por superficie. Y en ella me perdí. Mientras camino veo unos hombres de piel parda y chaqueta azul. Me acerco a uno de ellos y en mi inglés sudaca le digo: “I’m lost, I need my bag”. Ante mi desesperación de viajero solitario, con una sonrisa me informa: “You are not lost, you are in Dubai”. Me conduce a una fila donde un hombre cejas pobladas, guthra en la cabeza y cara de pocos amigos me mira de arriba abajo, detrás de un mostrador, y me formula algunas preguntas seguidas de silencios incómodos. Luego sella mi pasaporte, escanea la retina de mis ojos y me libera hacia la ventanilla de al lado.

NO TODO LO QUE BRILLA ES ORO

Para un adulto, recorrer las calles de Dubai sería como para un niño pasear por Disney. La altura de los edificios, sus diseños, su esplendor y su magnificencia generan sensaciones contradictorias. Las calles no son calles, son autopistas que van y vienen, que suben y bajan en un enredo sincronizado. Todo este sincronismo de cemento está totalmente limpio, minuciosamente asfaltado, perfectamente organizado. Dubai es, de los siete Emiratos Arabes Unidos, el segundo más grande en tamaño y el primero en popularidad. Es el lugar donde todo siempre es más grande. Este desierto de concreto tiene en su centro el edificio Dubai Burj Khalifa -que es tan alto como apilar las caídas Torres Gemelas-, el mall más grande del mundo y hasta una pista de snowboard clavada en medio de la ciudad al rayo del sol. Como si todo ese gigantismo fuera poco, el club de fútbol Al Wasl de Dubai contrató en 2011 al más grande, Diego Maradona, para hacerse cargo de la conducción técnica del equipo.

EL DUEÑO

Mientras hago el city tour, la imagen de un hombre de barba tupida, mirada firme, postura de prócer se proyecta antes mis ojos de manera constante en carteles, tazas y portadas de diarios. Todo ese merchandising excesivo me recuerda al Che Guevara, pero sin habano y con turbante. Los 40 C, sumados a una humedad del 90%, me tienen sedienta y algo hambrienta. Decido cambiar de temperatura y saciar mi hambre, para lo cual me muevo hasta Dubai Mall. Mientras busco la zona de comidas, recorro asombrada sus 600 tiendas y doy con el Dubai Aquarium & Discovery Centre, el acuario más grande del mundo dentro de un centro comercial. Continúo andando y veo otra vez, proyectado en una pantalla

gigantísima, al hombre de la barba tupida, la mirada firme y la postura de prócer. Es, ni más ni menos, que el gobernador de Dubái, el jeque Mohamed Bin Rashid Al Maktum, quien es también primer ministro de la federación de los Emiratos, padre de 21 hijos, esposo de una docena de mujeres y con una fortuna de unos cuantos miles de millones de dólares.

MILLION DOLLAR MOSQUE

Recorrí varios lugares, probé diferentes comidas y me bañé en las calurosas aguas del golfo. Y aunque creo haberlo visto todo, hay un lugar que debo conocer antes de volver a casa. Esta vez el destino es la mezquita Sheikh Zayed, ubicada en la capital de los Emiratos, Abu Dabi. Al entrar al edificio principal, uno debe quitarse los zapatos y caminar por una alfombra suave y acolchada. Pero esta no es cualquier alfombra. Sus 5.627 metros cuadrados la hacen la más grande del planeta. Está confeccionada con 47 toneladas de lana y algodón y tiene 2.268.000.000 nudos. El aire acondicionado hace que por un instante olvide que estoy momificada en poliéster. Así disfruto el paisaje de yeso, madera, mosaicos y piedras preciosas incrustadas en las paredes de mármol. Estoy caminando sobre 600 millones de dólares hechos mezquita! Sin embargo, hay algo que no me deja disfrutar del todo esta escena de ensueño.

EL TURBANTE ME TURBA

Salgo al patio y piso el mármol que, aunque frío, está tibio por el clima veraniego que eleva la temperatura debajo de mi nuevo “vestido negro”. Al llegar aquí, lejos de mis convicciones y creencias, para poder entrar tuve que adecuarme al código de vestimenta y ponerme un turbante negro que va de la cabeza a los pies. Me siento la parca. A causa del insoportable calor, me quité por un momento el mandato islámico en forma de velo que llevaba en la cabeza y me tomé una foto. A los pocos segundos tenía un hombre parado a mi lado, horrorizado y diciendo muchas cosas a la vez. No me hizo falta un subtítulo. Me volví a poner la tela negra sobre la cabeza y frente sudadas (nota mental: las mujeres no pueden descubrirse en mezquitas, ni por unos segundos de aire fresco). No sé si llegué a recorrer los 20.000 metros cuadrados del lugar, pero creo que ya fue suficiente.

TODO CONCLUYE AL FIN

Mientras armo la valija, de a poco, me voy despidiendo de la arena, del calor y del glamour de estos días. Tengo varias horas de vuelo para pensar y repasar los momentos vividos. Lo que me quedó muy claro y más que un pensamiento es una sensación, es que Dubai no tiene alma. Es una maqueta surrealista. Su propio espejismo en el desierto.