Entrevista al restaurador de bicicletas y creador del proyecto social “La Rueda Popular” Guillermo Gambeta para revista Convivimos

Foto y Texto: Lucia Baragli

 

“A rodar mi amor”

Haciendo circular bicicletas en desuso, dando y recibiendo, esta pareja de jóvenes entusiastas cumple el sueño de muchos chicos y de otros tantos adultos: tener bici propia.

Las chicharras sacuden el aire que flota espeso en esta mañana de Buenos Aires. Sobre la calle Medeyros, en el barrio de Villa Urquiza, media docena de bicicletas reposan al sol. Frente a ellas, flamea la bandera de la igualdad, oficiando de cortina de una pequeña ventana. A su lado, una campana de bicicleta como timbre. Sobre la puerta de madera, una placa artesanal, ovalada: GAMBETTA Bicicletas Populares.

El sonido seco y metálico de la campana anuncia visita. Por la puerta, se asoman una mano y un mate, una mano y un termo, un joven y una sonrisa. Guillermo Gambetta es mecánico y restaurador de bicicletas. Desde fines de 2012, luego de haber transitado durante más de 10 años la noche gastronómica porteña, se dedica exclusivamente a las bicis con su emprendimiento Bicicletas Populares.
Su primer contacto con los rodados fue cuando era un niño, junto a bicicleteros del barrio de Villa Pueyrredón, donde creció. Viendo, jugando e indagando, fue aprendiendo el oficio. Hoy, con 32 años, sus ganas de priorizar la calidad de vida e intentar disfrutar un poco más del día fueron definitivas: “Quería tratar de entender un poco más de qué se trata el paso de cada uno de nosotros en el universo”.

Durante su infancia, la bicicleta fue su juguete preferido. Junto a sus amigos, pasaban las tardes enteras dando vueltas al parque o corriendo carreras entre los pasillos del complejo de edificios en el que creció. Lo que alguna vez fue un juguete de la infancia es ahora algo más que un medio de transporte; y devino en su elección de vida: “Amo las bicicletas como objeto en sí mismo”, afirma con entusiasmo Guillermo.
Un impulso, una idea y la convicción de encontrar ese cambio fueron el puntapié inicial. “Renuncié a mi trabajo en el restaurante, agarré el dinero que tenía en el bolsillo y arreglé la primera bici. La vendí. Armé un perfil de Facebook (facebook.com/bicicletaspopulares), armé otra, la mostré, la vendí y luego hice otra”. Y así, con calma de monje budista, el proyecto comenzó a rodar.

“Para mí lo importante
es que esto es mi trabajo,
con esto pago mis
impuestos”.

Marcos de grandes y pequeños rodados, platos, ruedas, vasos, cámaras pinchadas, tenedores, herramientas, pósters, un bidón de agua, calzado de ciclismo, una heladera, revistas y manubrios conviven como piezas de tetris en lo que supo ser una cocina y hoy es un taller mecánico. Este caos organizado es, también, uno de los dos pequeños ambientes en donde vive junto a Amaya Ferreyra, su novia. “Mejor decime May, todos me llaman así”, deja escapar con un tono que revela su origen litoral y una sonrisa radiante mientras se acomoda en el último rincón que queda libre.
Gracias a las bicicletas, hoy están juntos. Ella tenía el problema -restos de una bici plegable moribunda- y él, la solución –taller, idea, manos. “Le envié mensajes a varios restauradores. Él me respondió un choclazo explicándome todo lo que podíamos hacer y cómo. Detalle por detalle”.

Y quizás allí, en los detalles mínimos, en las pequeñas acciones, se encuentran los grandes actos. Esos que convierten a los hombres simples en únicos. Corría 2013 y una idea comenzaba a dar vueltas: “Teníamos ganas de hacer algo para ayudar”. Charlando con clientes que llevaban sus bicis a restaurar, notaron que muchos de ellos las dejaban de usar, o a sus hijos les quedaban chicas, o simplemente las abandonaban en sus patios en lugar de venderlas. Fue así que, de la mano de clientes y amigos del taller de Bicicletas Populares, nació La Rueda Popular; un canal entre la gente que tiene esas bicicletas en desuso y aquellas personas que necesitan o quieren una, pero no tienen el recurso para acceder a ella. “Era un proyecto que veníamos pausando por un tema de espacio, de estructura”, comenta Guillermo.

Hasta que un día Rubén hizo su primera contribución y la idea se materializó. “A la semana, nos escribió una señora a Bicicletas Populares diciendo que su nieta tenía un triciclo que le quedaba chico y cuando pedaleaba se daba las rodillas contra el manubrio. Ella no podía comprar una bici y nos consultó cómo podía hacer para ir pagando de a poco, financiada.
Ahí nos dimos cuenta de que la semana anterior nos había entrado una bicicleta y era justo la que necesitaba la nena”. Esa fue nuestra primera donación de La Rue-da Popular. “Cuando vinieron a retirarla, nos trajeron un cuadro de una mountain bike usado para que sigamos con la rueda. De ahí, nunca más paramos”.

La Rueda Popular está 100% financiado por Guille, May y aquellas personas que hacen sus donaciones por medio de las redes sociales. De la caja diaria de restauración del taller, los chicos destinan el 10% de la ganancia a La Rueda para comprar los repuestos necesarios para cada caso. Es importante, aclaran, que las donaciones de bicis estén como mínimo hasta 50% completas, que sean usables.
“Un cuadro partido al medio no sirve”, explica Guillermo. A medida que los mensajes con pedidos van entrando, esta pareja hace un seguimiento de cada historia para decidir a quién darán prioridad. “Almorzamos con una mano y con la otra respondemos mensajes. Vamos mechando las restauraciones del taller con los arreglos de La Rueda”. Esta rueda solidaria no sólo gira en Buenos Aires. “El año pasado, llevamos 14 bicicletas a una escuela de Saladas, Paraje La Mansión, en Corrientes”. Le siguió Fisque Menuco, General Roca, en Río Negro. Allí llevaron diez bicis, pelotas de fútbol y comida. Todas esas donaciones fueron recibidas a través de las redes sociales. “Cuando preparamos ese pedido, fue una locura, pero cuando ves la acción concretada y la felicidad de los chicos que reciben su primera bici, es una gran satisfacción”, comenta May. Y esa satisfacción se refleja en más de 350 sonrisas y abrazos, en más de 350 bicis donadas, restauradas y entregadas en dos años.

El próximo proyecto es ampliar el espacio. “Sobre todo, donar nuestros conocimientos”, cuenta Guille. “Hacer de La Rueda un taller móvil para enseñar el oficio y que cada persona aprenda a arreglar su propia bici. La gente nos escribe diciendo que somos ángeles. Nosotros no somos ángeles, ni un mesías. Tenemos el recurso, sabemos arreglar bicicletas y queremos compartirlo. Queremos contagiar a la gente, que otros hagan lo mismo. Esto se puede hacer con muy poco”.