Reportaje fotográfico al odontólogo equino Cesar Lorenzo, para Revista Convivimos

Fotos y Texto: Lucia Baragli

“A caballo regalado se le miran los dientes”

¿Conoció usted alguna vez a un odontólogo de caballos? César Lorenzo es uno de ellos. Mejor dicho, el único argentino integrantede la asociación internacional que los nuclea. Secretos de unaprofesión extraña y apasionante.

El hombre, vestido de celeste inmaculado, guantes de látex blanco, botas de goma negra y linterna cual minero, saca sus herramientas de trabajo y las acomoda con exactitud. Con precisión de cirujano, introduce la pinza dentro de la boca y extrae el diente infectado, aliviando así el dolor que aquejaba a su paciente, que ahora relincha y mueve su crin inquieta. Pero hay algo en la escena que no encaja. Las profesiones, y las personas que las ejercen, varían entre las tradicionales, las aburridas y las complejas. ¿Qué hay de aquellas raras, excéntricas y sobre todo, desconocidas? César Lorenzo, más conocido como “Pajarito”, es el único odontólogo equino argentino miembro certificado por la International Association Of Equine Dentistry, lo que en criollo sería la Asociación Internacional de Odontología Equina, pero de Estados Unidos. Sí, los dentistas de caballos existen. Y si algunas de las herramientas que usan los odontólogos suelen impresionar, entonces, estas parecen salidas de la habitación que lo vio nacer a Frankenstein.

Mi galope por un terrón de azúcar

Los caballos se alimentan de pasto, comida balanceada y semillas. Los más mimados suelen consumir azúcar y zanahorias de la mano de sus dueños. Se estima que viven, en promedio, 25 años. Estos caballos, pacientes de César, juegan al polo, saltan vallas, corren carreras de cuatro ceros y están 100% en forma. Valen entre 15.000 y un millón de dólares. Muchos de ellos son caprichos de jeques árabes y de fanáticos en todo el mundo.
Entonces, ¿qué pasaría si a estos millones de dólares equinos les doliese una muela? Para cada dolor, hay una cura y para cada cura, hay un especialista.
Cuando al caballo le duele algo, llama al veterinario, cuando le duelen los pies, al herrero y, de tanto en tanto, una vuelta por la peluquería. Pero ¿qué pasa cuando el problema está en la boca? “Hace unos años tenía que ir a la entrada de los clubes para buscar clientes, pasaba días esperando llamados solicitando mi trabajo. La gente no entendía que el tratamiento odontológico era parte del cuidado del caballo”.
Hoy César necesitaría un call center para atender la cantidad de llamadas que demandan su trabajo.

Clínica móvil

El tratamiento odontológico en los caballos es igual al de los humanos.
Entre los tres y cinco años, los dientes de leche migran. De no ser así, deben ser quitados para evitar molestias y dificultades al comer. A los machos se les pulen los colmillos que están seguidos de los incisivos delanteros, ya que no cumplen ninguna función y suelen lastimarlos. En todos los casos, se les proporciona anestesia para adormecerlos y, en algunos casos, anestesia en las encías cuando la extracción es más complicada.
César transpira, el caballo también. Ninguno de los dos lo hace por el clima, ambos están nerviosos. “En la naturaleza, los caballos son presas, por eso tienden a asustarse y huir. Es un animal que está constantemente en vigilia, entonces es importante que la anestesia haga efecto rápido, si no podría generarle el efecto contrario y se lastimaría él o podría lastimarme a mí”.
Con un abrebocas se le mantiene separada la quijada y con un torno de variadas formas y recubierto de diamantes se van puliendo las muelas. De tanto en tanto, se les hace un enjuague bucal de agua mezclada con antiséptico.

Aprender afuera

César Lorenzo tiene 37 años, una planta que no riega y una profesión algo extraña para el ojo que lo mira de afuera. Nació y se crió en Pigüé, al sur de la provincia de Buenos Aires, muy cerca de Bahía Blanca.

Al terminar el secundario, tenía muy claro que quería ser médico veterinario, pero más claro tenía aun que quería seguir la especialidad en odontología equina. En el 2000, con 24 años, se recibió en la UBA. “En Argentina no existe la especialización en odontología equina, así que tuve que buscar en otro lado”. En 2002 contactó a Jorge Augusto Murga, un estadounidense que le abrió muchas puertas. Ese hombre le consiguió una beca para realizar un curso de especialización en México y le recomendó que hablara con uno de los veterinarios que se encargaba de cuidar los caballos del Primer Grupo de Caballería del Cuerpo de Guardia Presidencial de ese país. De él absorbería la mayoría de las cosas que hoy sabe. Manuel Villanueva Salcedo, el mexicano, le consiguió un lugar donde hospedarse en el D.F y fueron a Guadalajara para participar del curso. Estuvo una semana participando del seminario y, cuando ya tenía que volver a casa, aquel hombre fornido, de barba candado, pelo negro y tez trigueña que lo había recibido, lo invitó a quedarse. “Manuel fue un regalo que me dio la vida. Y aunque yo siento que técnicamente sigo creciendo, y en algunas cuestiones de la profesión avancé mucho más, lo sigo viendo a él como un maestro”.
Luego de pasar tres meses viviendo y aprendiendo con Manuel, volvió a Buenos Aires a visitar a la familia. Para ese entonces tenía 26 años. La visita se terminaba, pero unos días antes de regresar a México, le diagnosticaron cáncer. Un año y medio fue lo que duró su tratamiento. Perdió pelo, peso, y todo el dinero que tenía.

Viva la vida

En 2007 la población mundial de caballos se estimó en más de cincuenta y ocho millones de animales. México es, con seis millones seiscientas mil cabezas, el tercer país después de EE.UU y China con mayor cantidad de equinos.
Un nuevo comienzo. Otra vez Buenos Aires, otra vez esperando esos llamados que no llegaban. Sin plata, pero con las ganas y la esperanza vivas. “México ya me había salvado la vida antes, así que levanté el teléfono, hablé con Manuel y le conté lo que estaba pasando. Yo quería trabajar”. Y aquel hombre que lo había recibido en su propia casa, lo invitó a volver. “Ni lo dudé, armé mi bolso y me fui”. Juntos recorrieron todos los estados que figuran en el mapa de Estados Unidos. Juntos sanaron a cientos de caballos y, el 13 de agosto del año 2007 en Lexington, Kentucky –más conocida como “La capital del caballo”-, juntos también recibieron la certificación de la International Association Of Equine Dentistry, lo que los convirtió en odontólogos equinos certificados. Hoy tiene base en Argentina y viaja a Estados Unidos una vez al año. Suele ir a México para trabajar y visitar a Manuel. El resto del tiempo, que es poco, lo divide entre sus libros y sus pacientes distribuidos en Costa Rica, EEUU y Argentina. Parece que el trabajo para César nunca termina. “Esto no tiene techo, depende de cada uno. Yo sé que puedo seguir, que puedo mejorar. El que no arriesga tiene la certeza del momento, pero la limitación del futuro”.
El lugar donde trabaja, los animales y el ambiente en el que se mueve son su filosofía de vida. Si bien para él esto es una ciencia exacta, también tiene mucho de arte. “Poder innovar se convierte en una modalidad de vida, en una gran búsqueda”. “El éxito -asegura- no está en relación con la cantidad de dinero que ganes. La gente no llega a donde quiere porque no tiene sueños, y si carecés de ellos, mucho menos vas a poder concretar un proyecto.
Para mí, el mayor éxito es poder vivir de lo que me gusta. Saber lo que quería me salvó”.