Reportaje Fotográfico sobre Varanasi y el Ganges, el río sagrado de la India para revista Convivimos

Fotos y Texto: Lucia Baragli

“Varanasi, ciudad sagrada “

En Varanasi, a orillas del río Ganges, los hindúes liberan al alma del ciclo de la reencarnación terrenal. El Año Nuevo Hindú a través de la mirada de Lucía Baragli.

Hoy es Diwali, se festeja el Año Nuevo Hindú y el río es un manto de lucecitas amarillas flotando en procesión. Mientras acomodo la vela y los pétalos dentro de la canastita que ofician de regalo para la Madre Ganga, leo de reojo el cartel que dice: Please Keep Ganga Clean (Por favor, mantenga el Ganga limpio). Me agacho, rozo su húmeda benevolencia con la planta de mis pies y, aunque mi karma ecologista occidental dice “no lo hagas”, dejo que mi ofrenda navegue por sus aguas sagradas y lo contamine, a mi pesar, un poco más.
Esta celebración se realiza en India durante cinco días entre octubre y noviembre, dependiendo de la Luna. Ubicada en la provincia de Uttar Pradesh, a 700 km de Delhi, Varanasi se extiende por 1.550 km2. Sus calles\ son laberintos con el ancho de un vagón de tren. Varanasi es la ciudad habitada más antigua del mundo y las más sagrada de India. Paradójicamente, lo que la vuelve así es el río más contaminado del planeta, el Ganges.
El Ganges nace en los Himalayas, al norte de la India. Su recorrido se extiende hasta Bangladesh con la misma distancia que separa Buenos Aires de Río de Janeiro. Es considerado una encarnación de Ganga, diosa de la  purificación, y por ello es sagrado para los hindúes. Según la tradición, todo hinduista debe visitarla al menos una vez en la vida. Varanasi es el lugar donde las vacas, las personas, las motos, los perros, los rickshaw (bicitaxi a tracción humana), los monos, las bicicletas y hasta los muertos caminan mientras se tropiezan torpe y armoniosamente entre sí. En este caos encantador, viven miles de hinduistas, jainistas, musulmanes y budistas. Se los ve rezando en los templos, haciendo saris y chalinas de seda en los talleres, vendiendo deidades en los interminables mercados callejeros o visitando el río.

Quemar la muerte

El fuego sagrado, bálsamo de la eternidad, arde incesante y altanero. El aroma seco de la madera se mezcla con el dulzor del incienso y la carne sin vida. La seda, pura y amarilla, se retuerce entre llamas junto a un cuerpo en el que alguna vez habitó un alma. Alrededor unos miran, otros charlan, algunos rezan. Nadie llora.
Esta escena se repite durante las 24 horas del día en las ghats, escaleras que descienden hacia la costa del río y lo recorren por tres kilómetros. A diferencia de otras culturas, aquí la muerte tiene más valor que la vida. Mientras que la mayoría de los occidentales elegimos el lugar donde queremos vivir, los hindúes eligen este lugar para morir, ser cremados y arrojados al rio. De esta manera, liberan al alma del ciclo de la reencarnación terrenal. Aunque los cuerpos cremados son diferenciados por casta y divididos por tres sectores en las ghats, el río, benevolente y putrefacto, une a los vivos mientras lavan y secan su ropa, refrescan a sus animales, rezan, se lavan los dientes y se bañan a la vista de todos. Mientras lo hacen, los observo con algo de incomodidad y pienso que Varanasi sin el Ganges sería como Maradona sin el fútbol. La Madre Ganga vestida de río, testigo obligada y omnipresente, hoy recibirá, como todos los días, miles de ofrendas, perdonará otra alma y acogerá otro cuerpo.